MIRANDO EL CIELO


       Al contemplar este último trabajo de Medín, nos viene a la memoria el verso de la canción Llévame hasta el mar, de Manolo Tena, “Mirando las estrellas es más fácil soñar”, por su sentido esperanzador, pues en él se aúnan el cielo y los sueños, presentes en el pensamiento de artistas mundialmente famosos, como Van Gogh. El verso parece encerrar el eje temático de estas piezas escultóricas que su autor, con tanto acierto, ha reunido bajo el bello título Mirando el cielo.


      El hombre, desde la antigüedad, ha contemplado la bóveda celeste atraído por su inmensidad y su carácter misterioso. El cielo ha sido la morada de los dioses de algunas civilizaciones, se ha relacionado con la vida de ultratumba y se ha convertido en metáfora del paraíso que muchas personas desean alcanzar cuando partan de este mundo. Pero también, y es lo más importante, los movimientos de los astros, en especial del sol y de la luna, y la situación de las estrellas han sido y son la principal fuente del saber, del conocimiento que ha necesitado la humanidad para poder sobrevivir y evolucionar. Los pueblos aprendieron, a través de los fenómenos celestes, a calcular el momento preciso de la siembra de las cosechas, de su recolección, o de las lluvias e inundaciones; a controlar el tiempo elaborando calendarios y relojes; a buscar instrumentos que los orientaran en la navegación; a adaptarse, en fin, a un mundo en continuo cambio, debido a los grandes hallazgos que nos sorprenden cada día.


      No es de extrañar, pues, que las esculturas del artista palmero eleven sus ojos al cielo, igual que el hombre, con la firme esperanza de que de él ha de venir todo lo ignoto, lo que está por explorar y descubrir, pues lo celeste, de forma continua, nos alimenta con nuevas teorías, ilusiones, sueños, vidas, elementos esenciales para la constante adaptación y renovación del ser humano. 


      Medín persigue la búsqueda de nuevas formas que aporten a lo cotidiano innovadores significados, lo que permitirá extraer modernas miradas de un mundo que se transforma incesantemente. Sus mimosas e incansables manos han moldeado la materia –barro, madera o bronce-, en principio tosca e inerte, hasta convertirla, combinando lo geométrico y lo orgánico e imitando el proceso de la “génesis del mundo”, en piezas escultóricas perfectamente acabadas, en hermosas obras de arte. Figuras esféricas, ovaladas, cuadradas, alargadas en forma de vainas, estrechamente relacionadas con el mundo vegetal, van dotándose de alma mientras se visten con nuevos conceptos -de diferentes diseños, distintos colores, y diversos materiales- engendradores de ilusión y de vida. 


      Medín dialoga constantemente con la belleza. En su última visita a Madrid, acudió al Museo del Prado, fiel a su cita con ella. En el templo del arte español, su mirada azul pudo contemplar placenteramente la obra más famosa, compleja y enigmática de El Bosco, El jardín de las delicias. Durante horas, igual que ha ocurrido en anteriores visiones del tríptico, quedó atrapado por el talento creativo del artista y por el terremoto vital que despertó en él la necesidad, al mismo tiempo que el deseo, de pintar este universo de fantasía, un mundo poético y sensual, lleno de figuras humanas, de animales y plantas, de elementos naturales y arquitectónicos, que simboliza el destino del hombre, desde su nacimiento hasta su condena en el infierno. Con la creación de estos seres antropomórficos, fantásticos y oníricos, Medín ha querido aportar su granito de arena a los homenajes que el mundo ha dedicado, recientemente, al pintor holandés Jheronimus Bosch, El Bosco, en el V centenario de su muerte.


      Formas, materiales, sensaciones y sentimientos, arte y realidad, belleza y cotidianidad se conjugan en esta serie de esculturas para invitarnos a contemplar las estrellas y a vivir bellos sueños, mirando el cielo.

      Mª Eugenia Padrón San Juan, 2017.