Y · COMO

         

        Dos miradas distintas de la existencia,
        dos diálogos diferentes con la naturaleza

         

         

        Los seres humanos tenemos una necesidad innata de elaborar una
        expresión artística de nuestra situación existencial, pues de nosotros
        trata el sueño.

         

        El mundo de Sofía, Jostein Gaarder

         

         

        Los artistas palmeros Roberto Batista y Medín Martín han dedicado buena parte de su vida a dos disciplinas que pertenecen al atractivo mundo de las bellas artes, la pintura y la escultura. A través de ellas, nos ofrecen, de manera conjunta en esta exposición, sus últimas creaciones,

        Des-signación y Atrapa.

         

        En la pintura de Roberto y en la escultura de Medín, no solo podemos disfrutar de la expresión de sentimientos estéticos y artísticos. Las obras de los dos autores responden a la actitud ante la vida, a la concepción de la existencia que posee cada uno de ellos. Una idea de la existencia diferente, que se antoja más positiva y contagiosa, en Medín; más silenciosa y reflexiva, en Roberto. Los espectadores, diversos, tendremos la opción de identificarnos con una concepción más pasional, la del escultor; o con una más existencial, la del pintor. Algunos, incluso, podemos captar, reflejados en las dos obras, momentos distintos de nuestra experiencia personal, instantes o etapas que se han ido conjugando a lo largo de nuestra vida.

         

        Medín concibe sus piezas como una existencia formada por realidades que, durante el proceso de creación, sufren una hermosa metamorfosis hasta dar origen a nuevas formas de vida que signifiquen modernos e innovadores avances, grandes y profundos progresos. La pintura de Roberto persigue comunicar la idea de que una existencia digna y humana solo es posible desde la resistencia. Siguiendo las ideas de Gilles Deleuze, el pintor nos dice: “Debemos resistir al presente, a una actualidad plana, transparente y positiva, y hacerlo desde el recogimiento, la reflexión y la toma de conciencia, desde la profundidad de lo marginal”.

         

        Para materializar esta forma de interpretar el mundo y de posicionarse ante él, los dos artistas se funden en un tierno abrazo con la naturaleza. Medín dialoga con la madera mientras va modelando distintos elementos relacionados con el mundo orgánico. Son realidades diferentes que se convierten en metáforas de nuestra sociedad plural; realidades que se vinculan con la ciencia y la tecnología, y que se encaminan hacia una vida sostenible e inteligente.

         

        Roberto viste sus lienzos con tres elementos naturales –el Agua, el Aire y la Tierra– que, junto con el Fuego, constituyen las energías arquetípicas que influyen en nuestra conciencia y forma de entender el mundo, en nuestra capacidad para sobrevivir, pues constituyen la síntesis de todas las manifestaciones físicas y psíquicas de cada ser. El Agua, el Aire y la Tierra son los protagonistas de estos cuadros en los que el pintor nos presenta un único lugar abstracto y universal que se convierte en anclaje de esta serie que se incluye en un proyecto mayor, continuo, que lleva por título

        Re-sistencia.


        Para Medín, el universo y la naturaleza responden a un orden y se asemejan a una cadena cuyos eslabones corresponden a las causas y a los efectos que originan las distintas realidades. Él considera que existe un orden natural y racional de las cosas y defiende, como Séneca, que “la armonía total de este mundo está formada por una natural aglomeración de discordancias”. La idea que Roberto tiene de la naturaleza está lejos de esa concepción estoica de Medín. Nuestro pintor cree que en el mundo natural reina el desorden, el caos, la aleatoriedad. Él, como Italo Calvino, piensa que el universo es un todo que “se precipita sin remedio en un torbellino de entropía”.

         

        La obra de Roberto, elegante y poética, nos habla de un hombre reflexivo que valora la calma y huye de las multitudes; de una persona que prefiere el silencio y la soledad a las emociones elevadas; de un artista que transmite todo el espectro de sentimientos humanos. Las piezas de Medín, vigorosas y artísticas, nos permiten conocer a un hombre que se emociona positiva o negativamente por las cosas de su cotidianidad; a una persona que, en su búsqueda de la felicidad, sabe qué pasos debe seguir para alcanzar lo que desea con ahínco; a un artista que busca la estimulación y rechaza la rutina. Medín crea un universo de formas y volúmenes con movimiento que atrapan todos los conocimientos e información, la experiencia vital y los sueños que se van acumulando en el mundo natural y en la historia del ser humano, y que dan lugar a una sociedad moderna y avanzada.

         

        Roberto imagina, con líneas y trazos, veladuras y colores, un lugar anónimo y atemporal que huye del grito, del ruido, de todo elemento perturbador

        que siempre supone un atentado contra la naturaleza. Persigue un contacto, una plática directa con ella, una relación que excluye la presencia del
        hombre –en sus cuadros no existen formas humanas–, cuyos actos han provocado la pérdida acelerada de la biodiversidad, síntoma de la degradación del planeta.

         

        Dos miradas distintas de la existencia, dos diálogos diferentes con la naturaleza: colores pasionales, sensuales y sublimes –rojo, oro y plata–, frente al dominio de tonos grises y neutros; formas y volúmenes diversos que nos hablan de un orbe más plural y heterogéneo, frente a líneas y trazos uniformes de un cosmos más sobrio y homogéneo. Son características relevantes de estas obras de arte que nos invitan a realizar un doble viaje: uno, por el complejo mundo interior de los dos artistas; y, otro, por nuestra propia existencia.

         


        Mª Eugenia Padrón San Juan, 2019.